Queridos feligreses de San Martín,
Mientras cenábamos fuera la semana pasada, la presencia de cuatro sacerdotes en una mesa llamó la atención de otro comensal. Se acercó, nos saludó y dijo que no podía dejar pasar la oportunidad de comentarnos algunas ideas espirituales que había estado considerando. Aceptamos escucharlo, no sin cierta vacilación. Comenzó diciendo que consideraba a Dios como mente y conciencia. Hasta ahí, todo bien. Luego continuó: “Así que todos somos partes de Dios”. En esto no pude estar de acuerdo con él, porque la creación es distinta de Dios y no sólo una parte de él. Sin embargo, otro sacerdote en la mesa lo animó diciéndole que su intuición era buena: somos creados a imagen y semejanza de Dios, por lo que estamos vitalmente vinculados a Dios. ¿Cuál es la mejor manera de describir este vínculo vital con Dios si no significa ser parte de él?
El evangelio de este domingo de las Bodas de Caná ofrece una hermosa ilustración de nuestra relación con Dios. Jesús, el esposo de la Iglesia, realiza su primer milagro en una recepción de bodas. Allí, convierte el agua en vino, que simboliza la restauración de la gracia santificante a la raza humana. Jesús “casa” la divinidad y la humanidad, restaurando nuestra comunión con la Santísima Trinidad. Las celebraciones de Navidad, la Epifanía, el Bautismo del Señor y la Fiesta de Bodas de Caná refuerzan el mismo mensaje: Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera convertirse en Dios (por gracia). La vida como miembro bautizado y lleno del Espíritu de la Iglesia tiene una cualidad nupcial, aunque el matrimonio en sí mismo es sólo un pobre símbolo de la realidad de la comunión de Dios con la humanidad redimida.
Jesús, esposo de nuestras almas, ¡llénanos con el vino nuevo del Espíritu Santo!
En Cristo,
P. Dave
Comments