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Mensaje del Párroco - 23 de febrero de 2025

Foto del escritor: St. Martin of ToursSt. Martin of Tours


Queridos feligreses de San Martín,


Este domingo Jesús nos confronta con tal vez su mandamiento más desafiante: “amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan”. Seguramente se preguntarán: “¿Cómo es esto posible?”.


El primer paso es reconocernos como hijos e hijas amados de Dios Padre y de María, nuestra Madre. Si esta no es nuestra identidad fundamental, si no estamos totalmente envueltos por su amor, entonces es muy probable que estemos impulsados por el ego hasta cierto grado. Un director espiritual que conozco dice con frecuencia: “nadie te conocerá ni te amará como tú deseas ser conocido y amado, sino Dios”. Cuanto más recibamos nuestra identidad de nuestra relación con Dios y María, menos “necesitaremos” que otros nos amen, nos afirmen, nos aprueben en un grado que ellos nunca podrán hacerlo. En consecuencia, menos resentimiento tendremos hacia los demás por las formas en que nos han descuidado o nos han fallado activamente en cualquiera de estos aspectos. De esa manera podemos ser libres de amar a los demás sin preocuparnos por nosotros mismos. Ese es un esfuerzo continuo de nuestra parte.


El segundo paso es el amor propio adecuado. A menudo, nuestro mayor “enemigo” somos nosotros mismos; el que nos “odia” somos nosotros mismos. Cuanto más podamos aceptarnos y amarnos a nosotros mismos (no de una manera que habilite o permita el pecado), más libres seremos para amar a los demás. Amamos a los demás o somos amigos de los demás en la medida en que nos amamos y nos hacemos amigos de nosotros mismos. Puede haber una parte de nosotros que reaccione a esa declaración pensando: “¡Eso es egoísta! Deberíamos olvidarnos de nosotros mismos para amar a los demás”. Pero esa reacción confunde el amor propio y la autoamistad con el narcisismo, y el narcisista no se ama a sí mismo, sino que en realidad se odia a sí mismo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, nos ordena Jesús, por lo que seguramente el amor propio adecuado y el amor al prójimo van de la mano.


El amor es lo más natural para nosotros como seres humanos y también lo más desafiante. La gracia de Dios presente en nuestra vida va dilatando cada vez más nuestro corazón para que podamos amar como Dios ama. Esto, en definitiva, es la santidad: amar como Dios ama.


¡Tengan el valor de emprender este camino hacia la santidad!


En Cristo,

P. Dave




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